Entrada al azar

domingo, 27 de mayo de 2018

VIDA DE UN LABRANTÍN (Azorín)


Voy a escribir la historia de un pobre hombre en pocas líneas. La primera particularidad de este hombre pobre es que no tiene nombre. Unos, para nombrarle, dicen "un hombre"; otros dicen "aquél"; unos terceros le llaman familiarmente "tío". Este pobre hombre, sin embargo, no es tío de nadie, en cuanto a "un hombre", hombres hay muchos sobre la tierra, y respecto a "aquél", todos los hombres de la tierra pueden ser "aquél".

Todo esto demostrará al lector que este pobre hombre no es nada; no se distingue por nada; nadie le echará de menos cuando se muera; no tiene ni siquiera nombre.

Vamos ahora con su habitación o morada. Este hombre vive en el campo. Su casa está lejos de la ciudad. Su casa es pequeña, modestísima. La componen unos muros de argamasa, una cama, unas sillas, una mesa y algunos trebejos de cocina. Detrás de la casa hay un corralillo de cuatro paredes de albarrada. Esto parecerá duro, molesto, cruel a los lectores acostumbrados al atuendo, al pobre hombre no le parece ni bien ni mal; él vive indiferente, sin desear otra cosa.

La vida del pobre hombre es muy sencilla: se levanta antes de que el sol salga; se acuesta dos o tres horas después de su puesta. En el entretanto, él sale al campo, labra, cava, poda los árboles, escarda, bina, estercola, cohecha, sacha, siega, trilla, rodriga los majuelos y las hortalizas, escarza tres o cuatro colmenas que posee. No muele la aceituna porque no tiene trujal, ni pisa la uva porque no cuenta con jaraíz. Vende la aceituna y la uva a algunos especuladores "a como quieran pagársela". La comida de este pobre hombre es muy sobria: come legumbres, patatas, pan prieto, cebollas, ajos, y alguna vez, dos o tres al año, carne; una almuercada de nueces o de almendras es su más exquisito regalo.

Los ratos en que el trabajo le deja libre, el pobre hombre echa una mano de conversación con algún otro hombre tan pobre como él, y va mientras tanto labrando unas brazadas de pleita o de tomiza. Las cosas de que habla son bastante vulgares: habla del tiempo, de la lluvia, de los vientos, de las heladas, de los pedriscos. Algunas veces recuerda también alguna cosa insignificante que le pasó en su juventud. Los conocimientos del pobre hombre se reducen a bien poco: barrunta por las nubes si va a llover; sabe, poco más o menos, los cahíces de grano que dará esta o la otra haza, y la porción de tierra que entra en la huebra que un par de mulas puede labrar en un día; conoce si una oveja está enferma o no lo está; tiene noticia de todas las hierbas y matujas del campo y de los montes: el cantueso, el mastranzo, la escabiosa, el espliego, la mejorana, el romero, la manzanilla, la salvia, el beleño, la piorna, distingue por sus plumajes, píos y trinos a lodos los pájaros de las campiñas: la cardelina, la coalla o codorniz, el cárabo, la totovía, el herreruelo, la picaza, el pardillo, los zorzales, la corneja, el verderón. Sus nociones políticas son harto vagas, imprecisas, ha oído decir alguna vez algo de los señores que gobiernan, pero él no sabe ni quiénes son ni qué es lo que hacen. Su moral está reducida a no hacer daño a nadie y a trabajar todo lo que pueda.

Algunas veces viene una mala cosecha, se muere una mula, cae enferma una persona de la familia o no hay dinero para pagar la contribución. El pobre hombre no se derrama en lamentos ni maldiciones; él dice: "¡Ea! ¿Qué le vamos a hacer? Dios dirá; Dios nos sacará del apuro." El pobre hombre sonríe resignado, saca su petaca mugrienta, lía un cigarrillo, sacude las manos y se pone a fumar.

El pobre hombre es ya viejecillo. Su mujer es también viejecilla. Han tenido tres hijos; uno de ellos murió en la guerra de Cuba; otro, que era mozo de estación, pereció también, aplastado entre dos topes. El tercero era una moza garrida; un día se fue con su novio a la capital y no volvió más. El pobre hombre, alguna vez, cuando se acuerda de todo esto, da un suspiro; pero pronto se anima, sonríe y exclama lo que siempre: "¡Ea! ¿Cómo ha de ser? Dios lo ha dispuesto así."

El pobre hombre no tiene idea ninguna sobre el porvenir. El porvenir es la pesadilla y el tormento de mucha gente. El pobre hombre no se preocupa del mañana. "Cada día trae su cuidado", dice el Evangelio. ¿No tenemos bastante con el cuidado de hoy? Si nos preocupamos del de mañana, ¿no tendremos dos en vez de uno? El pobre hombre vive sin esperanzas y sin deseos. Su espectáculo son las montañas, el campo, el cielo.

Andando el tiempo, morirá el pobre hombre o morirá antes su mujer. Si muere él antes, su mujer se quedará sola. Su mujer rezará, y suspirará; se irá acaso al pueblo; será pobrecita y pedirá con sus manos pajizas a los transeúntes, Si se muere su mujer la primera, él se quedará también solo; su bella resignación, su bella serenidad, no se apartarán de él. Un suspiro vendrá de tarde en tarde a sus labios, y luego él exclamará: "¡Ea! ¿Qué le vamos a hacer? Todo sea por Dios.”


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