Entrada al azar

jueves, 10 de mayo de 2018

EL MURO (Georges Moustaki)


La cortina de cemento armado oscurecía el paisaje. El muro estaba recién terminado.

- En fin -dijeron aquellos que lo habían concebido y erigido-, ellos se lo han buscado. Querían una patria, la han estado pidiendo durante muchísimos años. Pues bien, ahora ya la tienen. Pero que se queden allí y nos dejen tranquilos.

- Bueno -dijeron los otros-, este muro no es lo ideal, pero era el precio que se debía pagar para tener un hogar propio. Resignémonos.

En ambos lados la gente había terminado por aceptar la decisión de los hombres que ostentaban el poder. Cada uno su bandera, cada uno su territorio.

A lo largo de muchos años, antes del muro e incluso durante la construcción del mismo, había habido periodos de estabilidad, altercados, negociaciones, tensiones, esperanzas, tragedias. A veces incluso algunas tentativas de diálogo: “Yussef, ¿te quedan sandías como las del otro día?” “Sí, Shlomo, te las cambio por naranjas”. Este tipo de trueque gustaba mucho a la gente.

Los soldados, a menudo jóvenes y seductores, miraban de reojo y con interés a las chicas vestidas de colores llamativos, atractivas a su vez a pesar del velo.

Las chicas no eran insensibles a estas miradas cuando pasaban con los ojos bajos, deseando en secreto poder lucir ropas ligeras y dejar al aire su cabellera.

Maldita guerra que lo destruye todo, incluso los ensueños amorosos.

Todo esto se acabó: ya nadie sufre, ya nadie se odia, ya nadie tiene miedo. Durará lo que tenga que durar, pero por lo menos ahora tenemos algo parecido a la paz.

-¿Qué va a ser de nosotros? -se preguntaban los contrabandistas que vivían de pequeños tráficos.

Los trabajadores fronterizos que vendían la fuerza de sus brazos y su tiempo a los de enfrente se vieron de repente abocados al desempleo.

Delate, la gente empezaba a echar de menos el tiempo en que la economía del país se beneficiaba de los bajos salarios de aquellos hombres.

En la no man’s land : hoteles abandonados al viento y a la arena, ya en ruinas, carreteras que se habían vuelto impracticables, bosques desecados, estanques insalubres que ya nadie mantenía. Kilómetros cuadrados de desolación.


- Desolación -

Una mañana de septiembre, Mahmud se despertó temprano para reunirse con sus amigos que observaban las aves migratorias procedentes de Europa. Agotadas después de haber cruzado el mar, las codornices se daban de bruces contra el muro. Los chicos sólo tenían que cogerlas y llevárselas a sus madres, que sabrían cocinarlas mejor que nadie.

Los niños del país de enfrente pronto comprendieron lo que los otros se traían entre manos.

- Mandadnos algunas codornices -gritaban a Mahmud y a su pandilla. En este lado del muro no cae nada…

- ¿Qué me dais a cambio?

- Fruta, tejanos, lo que quieras.

Así es como se estableció un mercado muy productivo para todos. Los sacos y las bolsas volaban de un lado al otro del muro. Esto duró todo el mes de septiembre. Cuando la migración de las aves llegó a su fin, los chiquillos mantuvieron la costumbre de encontrarse al pie del muro.

Se conocían por el sonido de sus voces, pero nunca se habían visto. Luego sintieron la curiosidad de saber un poco más. Como pequeñas termitas, se pusieron a preforar la pared de cemento que los separaba. Apareció una primera brecha.

- La primera brecha -

Los dos grupos de niños pudieron entonces verse por primera vez, maravillados y un poco recelosos. Se presentaron. Sonrieron.

- Podríamos jugar a fútbol -propuso un chiquillo-. No hay nada más que hacer aquí.

La idea les gustó. Unos minutos más tarde se enfrentaban en un campo improvisado, golpeando el balón hasta quedar sin aliento. La cita de las codornices pasó a ser la cita del fútbol.

- El balón de la paz -

Esta iniciativa llamó la atención de los chicos más mayores y de los adultos. La brecha en el muro se convirtió en una especie de chech-point reinventado, unchech-point sin guardias armados, una frontera entreabierta, un corredor por el que uno pasaba para acceder al terreno de juego. Se creó entonces un ambiente amigable, distendido.

Allí, en el corazón de las ciudades, los dirigentes se recuperaban de todas aquellas décadas de lucha. Cuando se enteraron de la existencia de los partidos de fútbol, no supieron cómo reaccionar. Ya nos les quedaban fuerzas para retomar los enfrentamientos y las represiones. La mayoría de los soldados habían vuelto a sus hogares. Las patrullas de vigilancia hacían sus rondas rutinarias y toleraban estos subterfugios creados en la rigidez de la línea de demarcación.

- Cansados de represión -

Poco a poco las brechas se fueron multiplicando, ensanchándose. Decenas, luego centenares de personas llegaron de todas partes para presenciar el milagro logrado por aquellos niños que, desafiando cualquier barrera disuasoria, empezaron a confraternizar. El muro había perdido su impermeabilidad. Los adultos se mezclaron con los pequeños, entablando a su vez conversaciones e intercambios que los devolvían a la época de antes del muro. Éste se había vuelto ahora algo inútil, insignificante.

Las brechas se ensancharon tanto que apenas si quedaban algunos trozos de muro cada vez más dispersos. Las armas habían callado, nacieron nuevas relaciones. La gente se dio cuenta de que era posible vivir todos juntos, en el respeto de la patria del otro. Ninguna incursión más, ningún otro atentado y finalmente ningún muro, destruido palmo a palmo… El muro creado para separar, había terminado por unir.

- Eh, Mahmud, ¿en qué sueñas? ¡Venga, es hora de levantarse! Son las seis y media, las codornices van a empezar a llegar. Hay que ir a esperarlas.

Mahmud abrió los ojos somnolientos. Ah, sí, las codornices, el fútbol, el muro…


1 comentario:

  1. Mi patria son mis zapatos

    que van adonde yo digo;

    y no el suelo en que nací,

    que no pude yo elegirlo.



    (DANIEL HORMEÑO)

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