Entrada al azar

miércoles, 2 de mayo de 2018

LA ALUCINACIÓN DE STALEY FLEMING (Ambrose Bierce)


De los dos sujetos que estaban conversando, uno era médico.

—Le solicité que viniera, doctor, aunque no creo que pueda hacer nada. Quizás pueda recomendarme un especialista en psicopatía. Creo que estoy loco.

-Sin embargo parece usted perfectamente cuerdo —contestó el médico.

—Tengo alucinaciones, doctor. Todas las noches me despierto y veo en la habitación, mirándome fijamente, un enorme perro negro, un Terranova, con una pata delantera de color blanco.

—Dice usted que despierta; ¿está seguro? Muchas veces las alucinaciones son sólo sueños.

—Despierto, doctor, de eso estoy seguro. A veces me quedo acostado mucho tiempo mirando al perro tan fijamente como él me mira a mí. Siempre dejo la luz encendida. Cuando no puedo soportarlo, me siento en la cama: entonces descubro que en realidad no hay nada en la habitación.

—Curioso. ¿Qué expresión tiene el animal?

—Siniestra, o eso es lo que parece. Evidentemente sé que, salvo en el arte, el rostro de un animal en reposo tiene siempre la misma expresión. Pero este animal no es real. Los perros de Terranova tienen un aspecto muy amigable, como usted sabrá; ¿qué le pasará a éste?

—Realmente mi diagnóstico no tendría valor alguno: no voy a tratar al perro.

El médico se rió de su propia broma, pero sin dejar de observar al paciente con el rabillo del ojo. Después, dijo:

—La descripción que me ha dado del animal concuerda con la del perro del fallecido Atwell Barton.

Fleming se incorporó a medias en su asiento, pero volvió a sentarse e hizo un visible intento de mostrarse indiferente.

—Me acuerdo de Barton —dijo—. Creo que era… se informó que… ¿no hubo algo sospechoso en su muerte?

Mirando ahora directamente a los ojos de su paciente, el médico respondió:

—Hace tres años, el cuerpo de su viejo enemigo, Atwell Barton, se encontró en el bosque, cerca de su casa y también de la de usted. Fue acuchillado. No hubo detenciones porque no se encontró ninguna pista. Algunos teníamos nuestra propia teoría. Al menos yo tenía la mía. ¿Pensó usted alguna?

—¿Yo? Por Dios, ¿qué podía saber yo al respecto? Recordará que marché a Europa casi inmediatamente después, y volví mucho más tarde. No puede pensar que en las escasas semanas que han transcurrido desde mi regreso pudiera elaborar una teoría. En realidad, ni siquiera había pensado en el asunto. ¿Pero qué pasó con su perro?

—Fue el primero en encontrar el cuerpo. Murió de hambre sobre su tumba.

Desconocemos la ley inexorable que subyace bajo las coincidencias. Staley Fleming quizás no se habría puesto de pie de un salto cuando el viento de la noche trajo por la ventana abierta el aullido prolongado y lastimero de un perro.

Recorrió varias veces la habitación bajo la mirada fija del médico, hasta que, parándose abruptamente delante de él, casi le gritó:

—¿Qué tiene que ver todo esto con mi problema, doctor Halderman? Se ha olvidado del motivo por el que lo hice venir.

El médico se levantó, puso una mano sobre el brazo del paciente y le dijo con amabilidad:

—Perdóneme. De buenas a primeras no podría diagnosticar su trastorno. Quizás mañana. Hágame el favor de acostarse dejando la puerta sin cerrar; yo pasaré la noche aquí, con sus libros. ¿Podrá llamarme sin levantarse de la cama?

—Sí, hay un timbre eléctrico.

—Perfecto. Si algo le inquieta, pulse el botón, pero sin incorporarse. Buenas noches.

Instalado cómodamente en un sillón, el médico se quedó mirando los carbones encendidos en la chimenea y meditando en profundidad, aunque aparentemente sin propósito, pues frecuentemente se levantaba y abría la puerta que daba a la escalera, escuchaba atentamente y después volvía a sentarse.

No obstante, acabó por quedarse dormido. Al despertar había pasado ya la medianoche. Removió las brasas, tomó un libro de la mesa que tenía a su lado y miró el título: Meditaciones, de Denneker. Lo abrió al azar y empezó a leer.


Esto fue ordenado por Dios: que toda carne tenga espíritu y adopte por tanto las facultades espirituales. También el espíritu tiene los poderes de la carne, aunque se salga de ésta y viva como algo independiente, como atestiguan muchos hechos atribuidos a los fantasmas y espíritus de los muertos. Hay quien dice que el hombre no es el único en esto, pues también los animales tienen la misma inducción maligna.


Una súbita conmoción interrumpió su lectura, como si un objeto pesado hubiera caído en algún lugar de la casa.

El médico soltó el libro, salió corriendo de la habitación y subió velozmente las escaleras que conducían al dormitorio del paciente. Intentó abrir la puerta pero, contrariando sus instrucciones, estaba cerrada por dentro. Empujó con el hombro con tal fuerza que ésta cedió. En el suelo, junto a la cama en desorden, vestido con su camisón, yacía Staley Fleming, moribundo.

El médico levantó la cabeza de éste del suelo y observó una herida en la garganta.

—Debería haber pensado en esto —dijo, suponiendo que se había suicidado.

Cuando el hombre murió, el examen detallado reveló las señales inequívocas de unos colmillos profundamente hundidos en la vena yugular. No se hallaron otras evidencias de un animal en el cuarto.


2 comentarios:

  1. Ninguna época
    del pasado fue tierna
    ni acogedora.

    (AITOR SUÁREZ)

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  2. Entramos en la cabina y nos quedamos solos los dos.
    nos miramos sin hacer nada más.
    Dos vidas, un instante, la plenitud, la felicidad...
    En el quinto piso ella salió, y yo, que iba más arriba,
    comprendí que nunca volvería a verla,
    que nos habíamos encontrado una vez, para siempre,
    que aun habiéndola seguido lo hubiera hecho como un muerto
    y que si ella hubiera vuelto a mí
    no hubiera vuelto más que del otro mundo.

    (HOLAN)

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