En la tierra hay selvas espesas, y ríos, y montañas, y caminos llenos de zarzas. Y al final de la tierra está el mar que pronto cruzaremos. Y al fin del mar está Jerusalén. No tenemos ni ayos ni guías. Pero todos los caminos nos sirven. Aunque no sepa hablar, Nicolás anda con nosotros, Alain y Denis, y todas las tierras son parejas e igualmente peligrosas para los niños. Por todas partes hay selvas espesas, y ríos, y montañas, y espinos. Pero por todas partes las voces estarán con nosotros. Hay aquí un niño que se llama Eustacio, y que nació con los ojos cerrados. Mantiene los brazos tendidos y sonríe. No vemos nosotros más que él. Es una niñita la que lo guía y lleva su cruz. Se llama Allys. Nunca habla y no llora jamás: tiene los ojos clavados en los pies de Eustacio, para sostenerlo cuando tropieza. Los queremos a los dos. Eustacio no podrá ver las santas lámparas del Sepulcro. Pero Allys le cogerá las manos, para que toque las losas de la tumba.
¡Qué bellas son las cosas de la tierra! No nos acordamos de nada, porque nunca hemos aprendido nada. Sin embargo, hemos visto viejos árboles y rocas rojas. Algunas veces pasamos en medio de largas tinieblas. Algunas veces caminamos hasta la noche por prados claros. Hemos gritado el nombre de Jesús en las orejas de Nicolás, y él lo conoce. Pero no sabe decirlo. Se alegra con nosotros de lo que vemos. Porque sus labios pueden abrirse a la alegría, y nos acaricia los hombros. Y de este modo no son desgraciados; porque Allys vela por Eustacio y nosotros, Alain y Denis, velamos por Nicolás.
Nos decían que en los bosques encontraríamos ogros y fantasmas. Son mentiras. Nadie nos ha espantado; nadie nos ha hecho daño. Los solitarios y los enfermos vienen a mirarnos, y las viejas encienden luces para nosotros en las cabañas. Por nosotros hacen sonar las campanas de las iglesias. Los campesinos se alzan de los surcos para espiarnos. También los animales nos miran y no huyen. Y desde que caminamos, el sol se ha vuelto más cálido y no cogemos ya las mismas flores. Pero todos los tallos pueden trenzarse de la misma forma, y nuestras cruces están siempre frescas. Por eso tenemos gran esperanza y pronto veremos el mar azul. Y al final del mar azul está Jerusalén. Y el Señor dejará llegar hasta su tumba a todos los pequeñuelos. Y las voces blancas serán alegres en la noche.
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