Entrada al azar

      miércoles, 29 de mayo de 2019

      UN MARIDO SIN VOCACIÓN (Enrique Jardiel Poncela)


      Un otoño -muchos años atrás-, cuando más olían las rosas y mayor sombra daban las acacias, un microbio muy conocido atacó, rudo y voraz, a Ramón Camomila: la furia matrimonial.

      -¡Hay un matrimonio próximo, pollos! -advirtió como saludo a su amigo Manolo Romagoso cuando subían juntos al Casino y toparon con los camaradas más íntimos.

      -¿Un matrimonio?

      -Un matrimonio, sí -corroboró Ramón.

      -¿Tuyo?

      -Mío.

      -¿Con una muchacha?

      -¡Claro! ¿Iba a anunciar mi boda con un cazador furtivo?

      -¿Y cuándo ocurrirá la cosa?

      -Lo ignoro.

      -¿Cómo?

      -No conozco aún a la novia. Ahora voy a buscarla...

      Y Ramón Camomila salió como una bala a buscar novia por la ciudad.

      A las dos horas conoció a Silvia, una chica algo rubia, algo baja, algo gorda, algo sosa, algo rica y algo idiota; hija única y suscriptora contumaz a La moda y La Casa (publicación para muchachas sin novio).

      Y al año, todos los amigos fuimos a la boda. ¡La boda! ¡Bah!... Una boda como todas las bodas: galas blancas, azahar por todos lados, alfombras, música sacra, bimbas, sonrisas, codazos, almohadón para hincar las rodillas los novios y para hincar las rodillas los padrinos; lunch, sandwichs duros como un fiscal...

      Al onzavo (1) sandwich hubo una fuga súbita por la sacristía y un auto pasó raudo, y unos gritos brotaron:

      -¡Adiós! ¡Adiós! ¡Vivan los novios! ¡Vivaaan!

      Y los amigos cogimos otro sandwich -dozavo (1)- y otra copita. Y allí acabó la cosa.

      Mas, para Ramón Camomila, la cosa no había acabado allí...

      Al contrario: allí daba principio.

      Y al subir con su novia al auto fugitivo, vio claro, vio clarísimo: ni amaba a Silvia, ni notaba inclinación ninguna al matrimonio, ni sintió su alma con la vocación más mínima por construir un hogar dichoso.

      -¡Soy un idiota! -murmuró Ramón-. No valgo para marido, y lo noto cuando ya soy ciudadano casado...

      Y corroboró rabioso:

      -¡Soy un idiota!

      Silvia, arrinconada junto a Ramón, bajaba los ojos con rubor, y al bajar los ojos subía dos mil grados la rabia masculina.

      -¡Dios mío! -gruñía Ramón mirándola-. ¡Casado! ¡Casado con una niña insulsa como unas natillas!... No hay ya salvación para mí..., ¡no la hay!

      Incapaz para dominar su irritación, dirigió unas palabras durísimas a Silvia.

      -¡Prohibido fingir rubor y mirar a la alfombra! -gritó. (Silvia miró al parabrisas con infantil docilidad).

      Y Ramón añadió para su sayo, alumbrado por una brusca solución:

      -Voy a lograr su odio. Voy a obligarla a suplicar un divorcio rápido. Poco valgo si no logro inspirarla asco con cuatro o cinco burradas a cual más disparatada...

      Y tal solución tranquilizó mucho a su alma.

      Por lo pronto, al subir a la fotografía (visita clásica tras una boda), Ramón hizo la burrada inicial. Un fotógrafo modoso y finísimo abordó a Ramón y a Silvia.

      -Grupo nupcial, ¿no? -indagó.

      -Sí -dijo Ramón. Y añadió-: Con una variación.

      -¿Cuál?

      -La sustitución más original vista hasta ahora... Novio por fotógrafo. Hoy hago yo la foto... ¡Viva la originalidad!

      Y Ramón aproximó la máquina y advirtió al asombrado fotógrafo:

      -¡Vamos! Coja por la mano a la novia y sonría con ilusión. La cara más alta... ¡Cuidado! ¡Así!... ¡Ya!

      Ramón tiró la placa, y a continuación obligó al pago al fotógrafo; guardó los duros y salió con Silvia orondo y dichoso.

      -¡Al auto! -mandó. (Silvia ahora iba llorando)-. ¡La cosa marcha! -susurró Ramón.

      Al otro día trasladaban sus organismos a Irún. (Lo clásico, asimismo, tras una boda.)

      Ramón no quiso subir al vagón con Silvia.

      -Yo viajo con los maquinistas -anunció-. Voy a la locomotora... ¡Hasta la vista!

      Y subió a la locomotora, y ocupó su actividad ayudando a partir carbón. Al arribar a Irún había adquirido un magnífico color antracita.

      ***

      Ya allí, compró sus harapos a un sordomudo andrajoso, vistió los harapos y marchó a la fonda a buscar a Silvia.

      Y tocado con las ropas andrajosas anduvo por Irún, acompañando a Silvia y cogido a su brazo mórbido y distinguido. Nutrido público los miraba al pasar, asombrado.

      Silvia sufría cada día más.

      -¡La cosa marcha! ¡La cosa marcha! -murmuraba todavía Ramón-. Pronto rogará Silvia un divorcio total. Sigamos con las burradas. Sigamos con la droga antimatrimonial, multiplicando la dosis.

      ***

      Ramón vistió a continuación sus fracs más maravillosos, y al pisar un salón, un dancing u otro lugar público acompañado por Silvia, imitaba a los criados, y con un paño al brazo acudía solícito a todas las llamadas.

      Una mañana pintó sus párpados con barniz rojo.

      ***

      Por fin lo trasladaron al manicomio.

      Y Ramón asistió a su propia dicha: su contrato matrimonial yacía roto y vivía imposibilitado para otra boda con otra Silvia...



      1 comentario:

      1. Isidoro Capdepón29 de mayo de 2019, 7:26

        (1) Sic. Debería haber escrito "undécimo" y "duodécimo", pero es que el autor se propuso no usar la letra e en este cuento.

        [El relato es ciertamente malo, pero lo hemos incluido por esta curiosidad]

        ResponderEliminar