Entrada al azar

martes, 16 de octubre de 2018

DOCE (Saiz de Marco)


Tenía 12 años. Acabó de leer El principito. Llegó al párrafo en que el aviador (ese aviador que no se identifica pero se supone que es el propio Saint-Exupéry) dice:

Éste es, para mí, el paisaje más bello y más triste del mundo… Aquí fue donde el principito apareció en la Tierra y luego desapareció…

Si llegáis a pasar por allí, os lo suplico: no os apresuréis; esperad un momento, exactamente debajo de la estrella. Si entonces un niño se acerca a vosotros, si ríe, si tiene cabellos dorados, si no responde cuando se le pregunta, adivinaréis quién es. Sed, entonces, amables. No me dejéis tan triste. Escribidme en seguida, decidme que el principito ha vuelto
”.

Y entonces le invadió una extraña tristeza. Porque se dio cuenta de que, si bien podría releerlo muchas veces, nunca más podría descubrirlo. Nunca más podría sentir esa fascinación, ese asombro.

Tenía 12 años y aún le quedaban muchas cosas por descubrir. Pero de alguna forma se sintió viejo al saber que ya no más, ya nunca más podría leer El principito por primera vez.


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