Bette Davis era una carnívora militante. En el rodaje se la veía dura y majestuosa bajo el ropaje de Catalina la Grande en la popa de la goleta y esa misma crueldad de zarina, fuera de la escena, la ejercía también con aquel paisano encargado del avituallamiento, que no lograba servirle la calidad de carne que ella exigía. Las carnicerías estaban mal abastecidas y tampoco había ganado para sacrificar con las propias manos. El problema se fue agravando a medida que la cólera de Catalina la Grande aumentaba y la carne disminuía. Llegado el punto crítico Bette Davis amenazó al productor Samuel Broston con dejar el rodaje si no despedía a un tipo como aquel, incapaz de suministrarle carne de primera.
Ante la inminente pérdida del negocio este hombre pidió ayuda a un amigo en la barra de un bar, quien encontró el remedio de fortuna para dar gusto a la zarina. Esa misma noche los dos se fueron de caza por los pueblos de alrededor y lograron capturar un par de docenas de gatos. Como la carne de gato macerada presenta un color rojo demasiado impúdico la aderezó con una salsa de tomate para enmascararla y al día siguiente ofreció este plato a la diva con todos los honores. Esperó el veredicto con el ánimo suspendido. Después del primer bocado Bette Davis lanzó un grito de entusiasmo. Más, quería más. Era una carne magnífica. Con lo cual no quedó un minino en todo el contorno. He aquí un dato para cinéfilos. En 1958 Bette Davis se comió ella sola en Denia lo menos 20 gatos y a eso debió tal vez su carácter. ¿No se da esta noche en Hollywood un Oscar al mejor catering?
No hay comentarios:
Publicar un comentario