Entrada al azar

viernes, 18 de septiembre de 2020

LA CONDENA (Marco Denevi)


—Aquí estoy. Hasta ayer me invocabais a ciegas, en días indebidos, mediante conjuros destinados a otras categorías de almas. Durante dos sesiones el anillo de oro de uno de vosotros me impidió acercarme. Encendisteis incienso en vez de alcanfor, de ámbar o de sándalo blanco. Hoy es lunes, día dedicado a la luna, a los muertos. La muerte tiene su aposento entre los dos ojos, en la raíz de la (pero nada me está permitido revelar). El dueño del anillo de oro hoy no vino. Un tapiz de seda amarilla bordada con hilos de plata cubre la mesa tripoidea. Por fin comprendisteis que no soy un alma libre o errante sino un alma cautiva. Me invocabais por Elohim, ahora me llamasteis por Hermes Trimegisto. Y aquí estoy, cadáver astral todavía revestido de mis pasiones. Mi cuerpo de carne hace mucho tiempo que se disolvió en el polvo, pero en los espacios siderales todavía deambula este otro cuerpo, larva invisible en la que mi alma yace prisionera, consumiéndose en la luz ódica hasta que la segunda muerte (pero nada me está permitido revelar). Ahora puedo deciros quién fui, quién soy. Soy Juan Calvino, aquel que en Ginebra, el año 1545, condenó a la hoguera a Sigfrido Cadáel porque en un libro afirmaba, falsamente, que es posible evocar los espíritus de los muertos y hacerlos hablar.


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