Entrada al azar

sábado, 22 de junio de 2019

DONDE SE MEA (Daniel Hormeño)


Es bien sabido que en el Siglo de Oro la salubridad brillaba por su ausencia en las calles de Madrid, considerada por algunos viajeros de la época una de las más hediondas del orbe.

La situación distaba de ser ideal: no había servicio de recogida de basura, ni retretes públicos ni alcantarillado. Así las cosas, era habitual que las aguas sucias se arrojaran por los vecinos a la vía pública. De ahí la famosa frase “¡Agua va!”.

Decíamos que no había retretes públicos. ¿Dónde orinaban entonces? En la calle: en los rincones de los edificios o incluso en los zaguanes. Para evitar estas evacuaciones, algunos vecinos ponían en las puertas una cruz o algún santo.

Y Quevedo tenía la costumbre de orinar en una puerta determinada de la calle del codo, a la vuelta de sus noches de juerga. Los dueños del inmueble pusieron una cruz en la puerta con intención disuasoria, pero el escritor no se arredró y prosiguió la costumbre de vaciar la vejiga en dicho lugar.

Cierto día en que iba a hacer lo propio, se encontró una nota bajo la cruz que decía:

“Donde se ponen cruces, no se mea”.

Quevedo, ni corto ni perezoso, escribió debajo:

"Donde se mea, no se ponen cruces".


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