Entrada al azar

domingo, 3 de febrero de 2019

LA FRONTERA (Robert Rivas)



Todos, en voz baja, la llaman "la frontera". Pocos la han visto, pero todos hablan de ella. Cuando pueden, cuando están seguros de que no los oye nadie, cuando no dan más. Y, hay que admitirlo ahora que la hemos visto, que la frontera existe. Lo que pasa es que es una frontera móvil, y lo otro que pasa (¡justamente hablando de fronteras!) es que su tamaño... es minúsculo. Imposible que pase por ella un cuerpo humano. No, al menos, en una sola pieza, o sin ser interminablemente aplastado. ¿Un enano? ¿Un niño de un año? No, sin duda no. Digamos que es una frontera para cartas. ¿Encomiendas? Mínimas. Perdón, según lo que se entienda por encomienda. Raciones de algo, en una palabra. Y ese fragmento de frontera es lo único que queda después de lo que ya sabemos. Esa delgadísima ventana. Casi siempre cerrada. Se la persigue, la mayoría de las veces no se la encuentra, se juega uno la vida porque es improbable ocultar las intenciones del que busca la frontera. Hay que llegar a un punto. Móvil, como dijimos. Ágil, como no llegamos a decir. Cambiante. Llegar en el momento preciso. Una aguja en un pajar. Y hay que ser diestro: saber arrojar la carta para que atraviese el aire agitado de la minúscula frontera y vaya a dar del otro lado.
¿Y qué hay del otro lado?
¿Alguien lo sabe?
¿Es el anverso de la ventana la fractura de un océano?
¿Espera allá el cuerpo completo de censores y asesinos
en su garita-pabellón de vigilancia?
¿Cae la simple carta en plena antimateria, sorbiéndonos?
Pienso en dos cosas. Nada que ver, ¿eh?, pero es lo que
se me ocurrió hace un momento:
El picotazo de un ave de caza justo debajo de la línea de
superficie de un lago dormido.
Una taza de porcelana junto a la ventana abierta, el asa
decapitada, pero es primavera.



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