Fue una de esas tragedias familiares que solo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
«Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.
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